lunes, 5 de noviembre de 2012

Suspensos en dolor

Hace algo más de una década, cuando EL MUNDO tenía su sede en la calle Pradillo de Madrid, el área de SALUD de este periódico convocó a varios especialistas médicos para hablar del dolor. El agudo, el crónico, sus formas, su diagnóstico, su tratamiento -inadecuado la mayoría de las veces-... En la reunión había expertos en reumatología, neurología, medicina de familia, traumatología y bioética. Incluso estaba presente el director de una de las Unidades de Dolor de más prestigio en España. La conclusión fue unánime: la medicina, los médicos, la profesión sanitaria tenía una asignatura pendiente que debería aprobar cuanto antes mejor. El enfoque del tratamiento del dolor.

Desde entonces las cosas han mejorado algo pero todavía se está, en general, lejos de abordar el dolor de los pacientes de acuerdo al sufrimiento que produce. La asignatura aún está suspensa. De acuerdo con los últimos datos, al menos el 15% de los españoles padece dolor crónico. Son 6 millones de personas con una calidad de vida pobre que no logran que la medicina les dé una solución óptima.

Hay múltiples motivos por los cuales el frenar el dolor puede ser complicado. El primero de ellos es que no hay dolorímetros. Los médicos miden temperatura, presiones arteriales, saturación de oxigeno y cientos de marcadores en la sangre. Ayudados por las modernas tecnologías de imagen son capaces de ver cada rincón del cuerpo humano. Pero los médicos, los sanitarios -acostumbrados a datos categóricos- no tienen manera de evaluar el nivel de dolor de un paciente.

Además, hay varios tipos de dolor. Periférico, visceral, neuropático.. Hay también distintas percepciones del problema. No todo el mundo responde de forma similar ante una agresión de una determinada intensidad. Sólo hasta que sea posible medir de una forma objetiva el sufrimiento que provoca el dolor en cada ser humano se conseguirá reaccionar terapéuticamente de forma estructurada.

Por otro lado, el dolor se puede controlar con los fármacos con los que ahora se cuenta. Sin embargo, cuando hay que utilizar los más potentes, los mórficos -y hay varios- muchos médicos y enfermeras racanean, preocupados por los efectos secundarios de estas drogas o pensando que su utilización acabará convirtiendo al enfermo en adicto.

Y no es así. El dolor puede y debe tratarse mejor de lo que ahora se hace. Y la medicina, la sanidad, tiene que sacar mejor nota en una de sus asignaturas más cruciales. Porque la tiene cateada desde hace mucho tiempo.

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